La atención al Señor es la piedra angular de la vida espiritual. Ella es la esencia de la oración. Se podría replicar que es el amor pero precisamente el fruto principal del verdadero amor espiritual es la atención al Señor.
¿Cual es la cualidad que permite sostener y mantener esta atención al Señor? La conciencia de su presencia. Esta conciencia de la presencia del Señor avivada, da lugar al amor espiritual que, sosteniendo nuestra atención, la permite permanecer en El Señor en atención amorosa. Al aumentar la conciencia de su presencia podemos mantener la atención centrada en Él. Es la conciencia de su presencia la que, avivada, enciende el amor a Dios que capacita a la atención para mantenerse fija en el Señor.
¿Cómo aumentar la conciencia de la presencia del Señor? a través de los tiempos dedicados exclusivamente a la oración y a través del recuerdo continuo de Dios. Podemos apoyarnos en las jaculatorias o simplemente recordar al Señor Jesucristo en un recuerdo sencillo, recordando que Él es, que está ahí existiendo y volviendo a ese recuerdo cuando nos descubramos divagando. Ese recuerdo despierta la atención y el amor que ha de sostenerla; la llama espiritual interior.
Así pues, vemos cómo se relacionan estos cuatro pilares de la vida espiritual: Recuerdo de Dios, Conciencia de la presencia de Dios, amor a Dios y atención a Dios.
Nos sucede que habitualmente la conciencia de la presencia del Señor está como dormida. Nos ponemos a orar pero la atención se nos extravía precisamente porque no tenemos avivada la conciencia de su presencia. ¿como podríamos dirigir la atención a alguien cuando ni siquiera somos conscientes de que ese alguien está ahí? pues bien, así nos sucede habitualmente. A medida que la conciencia de su presencia se aviva, la oración deja de ser distraída. Ya nos sentimos escuchados y se establece un principio de comunión con el Señor que nos permite permanecer con Él en silencios cada vez mas plenos de presencia. De esa conciencia de la presencia del Señor nace la llama del amor divino, el fuego del Espíritu Santo que nos permite sostener nuestra atención y permanecer en la atención amorosa a Jesucristo.
Habitualmente hay como un velo, una nebulosa entre nuestra mente y nuestro corazón. Sabemos que Dios existe y está siempre presente pero nuestro corazón permanece indiferente a esa verdad porque no somos realmente conscientes de ello. Esa verdad se ha convertido en un concepto mental congelado que no produce ninguna respuesta en el corazón. A medida que la conciencia de la presencia del Señor aumenta, este velo, esta nebulosa va disolviéndose y nuestro corazón comienza a responder avivándose la llama de amor que nos ha de unir por completo a Él.
Así pues, es fundamental para nuestra vida espiritual avivar la conciencia de la presencia del Señor. Esta conciencia de su presencia es el principio de la oración, de la atención y del amor al Señor y , a su vez, es avivada por ellas. Algunos consejos para avivar esta conciencia de la presencia del Señor se dieron en la entrada tres puertas a la oración.
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