¿Quién es mi madre y mis hermanos?


Jesús como nuestro Padre, nuestro hermano y nuestro Hijo. Como principio y como fin.

El les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Marcos 3:33-35 Mateo 12:48-50 Lucas 8:21

Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Apocalipsis 22:13



Padre, El principio

Jesús es el Verbo de Dios. Dios, silencio incognoscible e ilimitado mas allá de todo nombre y forma, se pronuncia a si mismo revelándose en su palabra, su Verbo. En este verbo, y por este Verbo, primera determinación de Dios, fue creado todo lo demás. Él es la vida de todo, donde todo lo que existe se fundamenta y toma su realidad. Lo que hay de real en las cosas es Él mismo, las cosas son en cuanto a que Él es en ellas. El es la esencia y la existencia pura. En cuanto a tal, el es nuestro Padre y el principio.

He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios. Apocalipsis 3:14.

Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Colosenses 1:16



Hermano

Por el pecado original (ver ¿es este escrito el final de la duda?) el hombre se separó de la vida, del Verbo, de Dios, cayendo en el sueño de la muerte. Ciego, mudo y sordo, alejado de Dios y de si mismo, convertido en una sombra de lo que realmente es, el hombre cayó en su actual estado terrenal.

Este estado terrenal es una sombra de lo que estamos llamados a ser en el que reinan la carencia y el sufrimiento por estar separados de Dios. Es un estado equiparable a las necesarias tinieblas en las que ha de manifestarse la luz o la necesaria sed en la que ha de manifestarse la saciedad. Nuestra realización como seres humanos, nuestra misión, es reunirnos con Dios, nuestra vida, y despertar, pasando de ser tinieblas a ser luz en el Señor Efesios 5:8-9. La vida nos muestra imágenes terrenales de esta realidad en los Hijos terrenos que engendramos y en las plantas que surgen de la tierra. La tierra es imagen de nuestra condición terrenal y el cielo de la vida nueva en el Espíritu. Ahora vivimos en la oscuridad, en las raíces, sepultados en la tierra, somos la misma tierra. Nuestra misión es salir de la tierra dándonos a luz, dando a luz nuestra verdadera identidad, nuestro verdadero ser, dando a luz a Cristo y ser y dar sus frutos.

Para que esto sea posible, fue necesario que el Verbo, la vida, Dios, germinase este estado terrenal primero naciendo de Santa María en Jesús el Mesías y luego, por su muerte y resurrección, fecundándonos a nosotros enviando su Espíritu Santo sobre la tierra de nuestro ser. Entonces se abrió la matriz de la humanidad, espiritualmente estéril. Este Jesús de Nazareth, el Mesías, es el primer despierto, el primer cristiano, el primero que se realizó dándose a luz a si mismo, volviendo a hacerse uno con Dios, con Él mismo, con su divinidad de la que se había despojado. Así como al dar a luz, lo primero que sale al mundo exterior es la cabeza del niño, Jesús, que es la cabeza del cuerpo místico (Colosenses 1:18) resucitó el primero. El, Dios-Hombre, es el primogénito de los muertos que, rasgando el velo del Sancta Sanctorum, le abrió el camino de la vida, de la unión con Dios a toda la humanidad. Él es nuestro modelo y fue el primero en recorrer el camino al que ahora nosotros, bautizados con su Espíritu, somos llamados. En cuanto a tal, en cuanto a su humanidad, El es nuestro Hermano. (Ver entrada Jesús, el paradigma).

Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Hebreos 2:14 y 17



Hijo, El fin. EL Hijo del Hombre.

Habiendo recibido su Espíritu Santo, es el momento de nuestros dolores de parto. Así como María, imagen de la humanidad, dio a luz a Jesús, nosotros debemos engendrarlo transformándonos en Él. Así como Jesús recibió el Espíritu Santo y se hizo uno con Dios abriéndonos el camino, nosotros también lo debemos hacer. La levadura del Espíritu leudará la harina de nuestra humanidad dando a luz nuestra verdadera identidad, el Hombre Nuevo que es uno con Cristo y que es el mismo Cristo como la rama es el árbol y el árbol la rama. Por eso Jesús se autodenominó como «El Hijo del Hombre». Él es el preciado fruto que debemos engendrar transformándonos en Él. Entonces nuestros dolores de parto que se manifiestan en el exterior en forma del sufrimiento y la carencia que imperan en este mundo cesarán y, reinando sobre ella, devolveremos la creación a su reposo, a su Sabbath en Cristo como dice el apóstol Pablo: «el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora» Romanos 8:19-21-22. Entonces la muerte será sorbida en victoria 1 corintios 15:54 y Dios será todo en todo 1 corintios 15:28 , desde el alfa hasta la omega, desde lo informe hasta la forma, desde el Espíritu hasta el cuerpo, desde el cielo hasta la tierra, desde la cabeza hasta los pies. Entonces nuestro Hijo, nuestro verdadero Yo, el Hijo de Dios que somos, el hombre nuevo que es uno con Cristo y que es el mismo Cristo «será arrebatado para Dios y para su trono» Apocalipsis 12:5. Habremos dado a luz a Cristo y seremos uno con Él, vida en su vida y luz en su luz; seremos Él.

En cuanto a tal es nuestro Hijo, «El Hijo del Hombre», el último y el fin, pues siendo el principio del que todo nace es también el final al que todo tiende y en donde todo haya su reposo y su realización final. (ver entrada la Gran Señal en el cielo).

Y ella dio a luz un hijo varón, el cual había de regir todas las naciones con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. Apocalipsis 12:5





Miedo, apego y deseo




La búsqueda de seguridad se encuentra en la base de nuestras conductas y motivaciones. La amenaza de la muerte en todas sus manifestaciones ocasiona un estado permanente de carencia de seguridad y temor que motiva esta búsqueda de seguridad.

El miedo surge ante la amenaza de perder algo en lo que fundamentamos nuestra seguridad. El apego, su hermano, es el asimiento a eso que nos infunde seguridad. Ambos son enemigos de la libertad y condicionan nuestra conducta. El deseo, por su parte, esta muy relacionado con ellos, y es el apego hacia lo que aún no tenemos y que imaginamos que nos va a traer esa seguridad que anhelamos basándonos en nuestra interpretación de la realidad fruto de nuestras experiencias previas.

En esencia, nuestras conductas son un esfuerzo por salvaguardar aquello a lo que estamos apegados y protegerlo de su muerte y de conseguir aquello que deseamos por considerar que nos va a traer esa seguridad anhelada. El miedo, el apego y el deseo, son los motores que mueven al hombre terrenal – ego – hombre viejo. La huida de la muerte es lo que motiva todas sus acciones.

Hasta que el hombre no haya fundamentado su seguridad en Dios, la vida será una continua muerte y un fracaso. Muerte de todo aquello en lo que había fundamentado su seguridad. Fracaso de sus esfuerzos por protegerlo de la muerte y fracaso de sus deseos, ya que, aun siendo satisfechos, no conseguirán proporcionar la seguridad anhelada y su objeto, aun cumplido, seguirá bajo la amenaza de la muerte que cubre todo lo terreno. Esta muerte de todos los lazos terrenos es inherente a la vida, fundamental en el camino y muchas veces necesaria para nuestra conversión. Cuando el hombre ha atisbado la fragilidad de sus ídolos y toma conciencia de la inestabilidad de sus apoyos, sumido en el fracaso, sin nada a lo que poder aferrarse, vuelve su corazón a Dios, el único en quien nuestra alma puede reposar segura, libre de toda muerte y de todo temor.

Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar. Salmo 46:1-2.



Entrada relacionada: Identidad, seguridades y aceptación de nosotros mismos.


Tradicionalismo, progresismo y espiritualidad




El tradicionalismo, anclado en el pasado, comete el mismo error que los fariseos: incapaz de vivenciar las realidades interiores a las que las tradiciones litúrgicas hacen referencia, se queda en una adoración rígida e infructuosa de esas tradiciones a las que convierte en ídolos que mas dificultan que ayudan al camino espiritual. A estos, nuestro Señor les dice: Fariseo ciego, limpia primero lo de dentro para que también lo de fuera sea limpio. MT 23:26.

El progresismo, anclado en el presente, cae en el error de pretender actualizar estas tradiciones litúrgicas sin haber establecido contacto con el Espíritu de Dios y, bajo el pretexto de la necesidad de llegar a todas las gentes, cae en el error de mundanizar la iglesia para hacerla mas atractiva a los ojos del mundo y ganar adeptos y, secularizándola y poniendo un velo de carne sobre la que debía ser la única alternativa a lo mundano, la convierte en mas mundo y oculta el camino de la verdad y de la vida.

Frente a estas dos actitudes está la que consideramos correcta, la espiritual, anclada en la eternidad: Acceder al Espíritu de la tradición y, desde ahí, en unión con la verdad interior que la tradición traduce en diferentes formas, en unión con Jesucristo nuestro Dios, actualizar la tradición viviéndola y vivificándola.

Envía tu Espíritu Señor y renueva la faz de la tierra.



La perfecta sinfonía


Al coger la rosa te la estoy dando , al darte la rosa la estoy cogiendo. Amarte es recibir tu amor.

El mejor agradecimiento es lo que yo soy, mi existencia; coger la rosa que tu me das es la mejor ofrenda.

Todo esta en su lugar, cada nube, cada pájaro, cada movimiento, también los míos y los tuyos. El Señor lo dirige todo en movimientos perfectos, también el mal esta medido. Ni un pájaro cae a tierra sin nuestro Padre. Nuestros oídos se abrirán en el momento perfecto y oiremos como desde siempre todo ha sido, es y será perfecto.



Aceptación de la vida


Las cosas existen, son un don de Dios. Mi corazón, sus sentimientos, el amor entre hombre y mujer, la vida cotidiana con todas sus características y matices.. las cosas son así porque Dios así lo quiere. Lo natural con todo lo que conlleva, la vida en matrimonio, la procreación y la concepción de hijos como en los pájaros y los demás animales.. Todo ello existe así porque Dios lo ha creado y lo recibimos de Él.

Hay un error que es el de negar la validez de todo eso como terreno propicio para la semilla del reino y sustituirlo por un terreno quizás mas «religioso» pero artificial; mas creado por el hombre que recibido de Dios. Quizás veo eso en la vida monástica analizada desde mi actual estado de conciencia (probablemente porque no soy llamado a ella, no niego su validez). También quizás en la actitud de evasión de la realidad procurando vivir orando sin parar casi sin dar lugar al desarrollo de la vida cotidiana normal. ¿No será mejor terreno el vivir en la fe lo que la vida cotidiana nos presenta?

Creo que es mas aceptando y no negando y sustituyendo como se trasciende la naturaleza hacia la vida Cristiana plena, sobrenatural pero que puede incluir todo lo natural.

vive la vida que se te ha dado. No la rechaces ni la dejes pasar aguardando a la vida futura ni la «sacrifiques» por la vida futura porque es la necesaria tierra donde la semilla debe germinar y la necesaria harina donde la levadura tiene que leudar.

Liberarme quizás de la carga del cumplimiento de deberes y compromisos religiosos y simplemente vivir la vida normal con mi Fe viviendo mi existencia misma y todo momento de ella como un regalo de Dios. Todo, absolutamente todo, es un don de Dios que recibimos a cada instante. Que mi vocación sea vivir ese regalo de mi existencia. Ni mas ni menos. Vívelo todo y acéptalo todo, si existe es porque Dios lo ha creado. No te avergüences de tus emociones que son un don creado por Dios junto con el corazón que las siente y el yo mismo que es consciente de ello; todo es un don que recibimos de Dios. Tomar conciencia de ello lleva a ver a Dios en todo y a perderse en Él y posibilita la verdadera vida de oración.




El camino


Jesús es la puerta, Él es el secreto de la vida. Quien lo ha conocido siente que ha estado perdido dando vueltas toda la vida y que de repente ha encontrado el camino. Ya sabe hacia donde tiene que ir; puede parar, dormirse, incluso extraviarse e ir hacia otra parte pero ya sabe hacia donde tiene que ir. Él es el camino.

Todo vértigo, ansiedad y angustia se disuelve porque Él es la piedra angular, la referencia de todo, el punto de apoyo que fundamenta el arriba y el abajo. Antes todo caía hacia todos lados, ahora todo se apoya en Él.




Extraido de una conversación con Mario de El Santo Nombre


Jesús, el paradigma.




Jesús es el paradigma de los cristianos. Él es lo que estamos llamados a ser. Estamos llamados a engendrarle, a transformarnos en El, en cuanto a Logos y también a reproducir su humanidad en cuanto a humano.

Él es el Hombre Nuevo. El primer vigilante. El primer resucitado que con su muerte y resurrección nos abrió el camino a todos los demás. El primogénito de los muertos: Apocalipsis 1:5 y colosenses 1:18.

La transformación que el Espíritu Santo opera en el cristiano, le llevará a experimentar y encarnar los sentimientos y las actitudes de Jesús en su humanidad. La profundidad, la misericordia, la gran dignidad, el amor de Dios y el celo por Dios de Jesús se encarnarán también en el cristiano por el Espíritu Santo que nos ha regalado; la relación que Jesús tenía con el Padre celestial es la que los Cristianos estamos llamados a tener con Jesucristo Dios y, como cristianos, estamos llamados a compartir su misión. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Juan 20:21.

Los cristianos estamos llamados a seguir sus pasos humanos. Así como Él se unió a su divinidad, al Logos de Dios que era Él mismo, hasta poder decir «Yo soy la verdad», nosotros también lo debemos hacer. Para eso vino.

Cuando San Pablo dice en Filipenses que «siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;» nos indica que El logos, Dios mismo, la verdad, la vida, se despojó a si mismo de si mismo y compartió nuestra condición de ignorancia de nosotros mismos. Él, en cuanto a ser humano, aun siendo el mismo Logos, también tubo que hacer su camino de discernimiento y recibir El Espíritu Santo para volver a la verdad, a Si mismo, al Logos, a Dios; Para volver a conocer su verdadero Nombre que permanecía oculto como la perla preciosa de la que mas tarde habló. Cuando Jesús dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida» no solo lo dice en cuanto a que es el Logos de Dios, que también lo es, si no en cuanto a ser humano que hizo su camino de conocimiento de Dios y de si mismo y se unió de tal manera a Dios que se hizo una sola cosa con Él. Ese camino que Él realizó es el que los cristianos estamos llamados a realizar. Él encontró la perla preciosa primero para que nosotros la podamos encontrar. Él nos abrió las puertas de la vida y de la unión con el Logos de Dios: la verdad y la vida; Dios. «Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.» Juan 19:19. Él, siendo el mismo Logos, vino de arriba y no tenía pecado. Por eso la muerte no pudo retenerlo; por eso pudo resucitar y enviarnos su Santo Espíritu para que, así como la planta surge de la tierra, nuestra condición celestial surgiera de la terrenal, el Hombre Nuevo del hombre viejo, Cristo de Adán. Él, que no era de este mundo, nos ha sacado de este mundo: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.» Juan 8:23; «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece». Juan 15:19; «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.» Juan 17:16.

Así como Jesús, aun siendo el mismo Logos, en su humanidad realizó ese camino y se reunió de nuevo con su divinidad de la que se había despojado, con el Logos, nosotros estamos llamados a unirnos a Él y ser uno con Él. Así como el sarmiento puede decir «Yo soy la vid», el cristiano esta llamado a poder decir con Jesús «Yo soy la verdad». Jesús era la vid completa, Él es la plenitud y la totalidad y nosotros estamos contenidos en Él pero nosotros somos Él, somos parte de Él como Jesús indica en la parábola de la vid y San Pablo cuando habla de que somos su cuerpo. En el cristiano Dios dice «YO SOY» y así como podemos decir que el sarmiento es la vid, también podemos decir que el cristiano es Dios. Esto queda ilustrado en los siguientes versículos: «Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.» Apocalipsis 3:21 y «Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.» Apocalipsis 12:5. El trono de Dios es el ser de Dios. Cuando hayamos entregado nuestro pequeño «yo soy», el espíritu del anticristo que se sienta en el trono de Dios haciéndose pasar por Dios 2 tesalonicenses 2:4, la muerte habrá muerto en nosotros, ya no habrá «NO» en nosotros y Dios será en nosotros y nosotros seremos en Dios. Entonces, con Jesús, podremos decir «Yo soy» porque Dios será en nosotros y nosotros en Él como la vid es en el sarmiento y el sarmiento en la vid; seremos Cristo. Esta es la muerte mística de la que hablan los espirituales (ver entradas la canción de las canciones y ¿es este escrito el final de la duda?) y esto es a lo que se refieren las escrituras con dar a luz a Cristo que puede que por eso se autodenominase como «El Hijo del Hombre» (ver entrada la gran señal en el cielo). Entonces se habrá cumplido la plegaria de nuestro Señor: «Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.» Juan 17:21:23


Citas:

El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, Filipenses 2:6-9

Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. Comerá mantequilla y miel, hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno. Isaías 7:14-15

Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Hebreos 2:14 y 17

Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. Apocalipsis 1:5-6

y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia Colosenses 1:18

Como me envió el Padre, así también yo os envío. Juan 20:21.

Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Juan 15:19

Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz. Efesios 5:8

De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Juan 14:12

Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Juan 19:19

Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. Apocalipsis 3:21

Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. Apocalipsis 12:5.

el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. 2 tesalonicenses 2:4

Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Juan 17:21:23


¿Es este escrito el final de la duda?


Paradoja y contradicción

Miré y no había quien me ayudara, y me maravillé de que no hubiera quien me sostuviese. Entonces me salvó mi propio brazo y mi ira me sostuvo Isaías 63:5

Veo a la duda dudando y a la muerte agonizando; porque un fuego vivo y santo ha venido de lo alto


Paradoja y contradicción

Jesucristo es el absoluto hecho carne, es el Dios-hombre. Lo absoluto, que como tal está al margen del tiempo, nació, creció y devino en el tiempo. Jesucristo, a los ojos de la razón, es una contradicción. Aquél en quien el tiempo y el espacio son, apareció en el tiempo y en el espacio. El continente que todo lo contiene apareció en el contenido. El todo apareció en la parte.

Jesucristo es en si una paradoja. A los ojos de el pensamiento conceptual o de la razón es una contradicción puesto que lo infinito no puede estar contenido en lo finito. Al ser lo infinito encarnado, lo infinito en un cuerpo finito, es equivalente al contenedor cuyo contenido, al ser lo absoluto e infinito, contiene al contenedor cuyo contenido, contiene al contenedor y así indefinidamente. Aquí vemos como la paradoja genera el infinito a la manera de dos espejos enfrentados y el infinito está contenido en la propia paradoja.

No es casualidad que la cruz, símbolo del cristianismo, sea como es: una contradicción. El palo horizontal, el palo vertical y en el centro, en la intersección, la paradoja Crística y su obra redentora. La finitud, lo terreno y la carne de Jesús simbolizado por el palo horizontal y la divinidad por el palo vertical formando la cruz, símbolo de redención, el “si” y el “no” reconciliados. El si, simbolizado por el palo vertical y el no, simbolizado por el palo horizontal, y en el centro la Fe, la vida en Dios, la muerte de la muerte, del pensamiento conceptual y del desequilibrio equilibrado.

La vida en Dios implica trascender la contradicción traspasando así los límites que nos impone nuestro actual sistema de pensamiento conceptual, que está dividido en “si” y “no” y que, como veremos mas adelante, es fruto de nuestra naturaleza caída como consecuencia del pecado original.


La escisión

¿No creeís que yo soy en el padre y el padre en mi? Juan 14:10

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo Marcos 8:34

Prohibido prohibir. La libertad comenzó con una prohibición. Jim Morrisson

¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí Sí y No? Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es Sí y No. Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros, por mí, Silvano y Timoteo, no ha sido Sí y No; mas ha sido Sí en él; porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. Romanos 1:17-20


Según las escrituras, estamos separados de Dios desde que Adán y Éva comieron del fruto del árbol del bien y del mal. La serpiente les dijo que serían como Dios, conocedores del bien y del mal. Esto simboliza nuestra condición actual. Antes de la caída éramos como Jesucristo, todo nuestro ser era en Dios. Ahora estamos separados de Dios y nuestra “libertad” consiste en elegir, frente a una posibilidad, “si” o “no” todo esto por haber hecho caso a la serpiente y, al habernos afirmado a nosotros, haber negado a Dios.

El árbol del bien y del mal:

“Mal” es lo mismo que “no bien”. La característica del lenguaje conceptual es que no podemos crear un concepto sin que inmediatamente, en una especie de necesidad por mantener el equilibrio que se ve representado en el comportamiento de las ondas, aparezca la posibilidad de su contrario, que no es otra cosa que la posibilidad de su ausencia. El “mal” es la ausencia del “bien”. De esta manera vemos como todo concepto está dividido en “si” y “no”. “si bien” y “no bien”: bien y mal. Es el desequilibrio equilibrado, consecuencia de haber comido del fruto del árbol del “si bien” y del “no bien”, que simboliza nuestra afirmación frente a Dios y como consecuencia, la posibilidad de nuestra ausencia (nuestra muerte) y la negación de Dios. Decir “Yo soy” frente al único que es; en eso consistió nuestro pecado.

En consecuencia de haber dicho “yo soy” frente a Dios surgió la posibilidad del “yo no soy”, cuya manifestación exterior es nuestra muerte física. Ese acto dio lugar a que se descubriera la noche o la no luz, manifestando la ilusoriedad de nuestra condición. En el mundo nuevo no habrá noche. Apocalipsis 22:5. El «no bien», «no luz», «no ser», la «no vida» entró en el mundo. La muerte entró en el mundo. El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte. Romanos 5:12. Por habernos afirmado ante Dios, el «NO» entró en el mundo.

Es el concepto de la negación el que se introdujo en el hombre mediante el pecado original mediante la afirmación de algo frente a Dios, es decir: al afirmarnos a nosotros frente a Dios, negamos a Dios porque Dios es la verdad, lo único que es, y como consecuencia aparece la posibilidad de la ausencia de lo que habíamos afirmado, la posibilidad de nuestra ausencia, nuestra muerte. A nuestros ojos, ciegos espiritualmente y separados de Dios, la negación es el “no” pero a la luz de la verdad, tomando a Dios como referencia, la negación es nuestro “si” y este “si” engendra el “no” que no es sino la posibilidad de su ausencia. EL «SI» carnal es el «NO» de Dios y viceversa. Aquí vemos como toda nuestra realidad está al revés a la luz de Dios. Nuestro actual estado, fruto del pecado original, es similar a un guante del revés. Fue necesario que el contenedor de todo, Dios, apareciese en el mundo para, desde dentro, dar de nuevo la vuelta al guante.

Todo “si” es Dios, Dios es lo único que es, al afirmar algo negamos el resto y aparece la posibilidad de la ausencia de lo que hemos afirmado.

Al afirmarnos frente a Dios, le negamos y quedamos, como decía nuestro salvador, ciegos. Imposibilitados de ver a Dios y volcados hacia afuera viviendo en la realidad sensible que no es sino un reflejo de nuestra interioridad, que es donde está nuestra verdadera “patria”, el reino de Dios.

El falso yo es NO a los ojos de Dios por haberse afirmado ante Dios sin tener raíz en Él. A sus propios ojos es SI pero el No que en realidad es se manifiesta en la posibilidad de su ausencia (su inevitable muerte por no tener raíz en Dios). Ese No que en realidad es y su propia finitud, se proyecta en toda su realidad que queda dividida en Si-No. Su reino es el reino del si-no porque proyecta el si-no que es en todo lo demás. Su reino es el si-no; un si falso que es no a los ojos de Dios y el inevitable no que es la posibilidad  de su ausencia. Este Si-No se manifiesta en el día y la noche, el calor y el frío, el placer y el dolor, el nacimiento y la muerte, la finitud de todo, la estructura que subyace en toda la realidad de este mundo en forma de ondas de distinta vibración en la que se sube lo que se baja como el reptar de la serpiente y en todo lo que pertenece a este siglo.

Cuando ese falso yo muera morirá el reino del si-no y solo quedara el verdadero si porque solo quedará nuestra verdadera identidad eterna que ha sido desde siempre en Dios y que es el mismo Dios. Y Dios será todo en todo 1 Corintios 15:28. Entonces ya no estaremos sujetos al reino del Si-No , al desequilibrio equilibrado, solo será Dios, el gran Si y viviremos en la ciudad de Dios donde no hay noche Ap 22:5 (si luz-no luz), ni frio ni calor Ap 7:16 (si calor – no calor o si frio – no frio), ni sufrimiento, ni No. El «NO», la muerte, ha sido sorbido en victoria (1 corintios 15:54) y solo queda Dios. Y Dios será todo en todo 1 Corintios 15:28. Negar ese yo que afirmamos ante Dios es en última instancia a lo que se refiere el Señor cuando nos dice que debemos negarnos a nosotros mismos. (Marcos 8:34, Mateo 16:24, Lucas 9:23, Lucas 14:26).

Mediante el actual sistema de pensamiento no podemos acercarnos a la verdad; solo trascendiendo la contradicción del “si” y del “no” y de esta manera traspasando los límites que nuestro sistema de pensamiento actual, consecuencia del pecado original, nos impone, podemos llegar a la verdad por participación en la obra redentora de nuestro salvador Jesucristo. Es preciso que ese “Yo soy” que afirmamos frente a Dios muera para volver a la vida en Dios. Nadie puede verme, y vivir Exodo 33:20.

El sentido de la vida es la participación en la obra redentora de Jesucristo mediante la fe en Él. De esta manera el Espíritu de Jesús aniquilará ese “Yo soy”, ese desequilibrio equilibrado, ese “si” y “no” interiores que se manifiestan en nuestra vida volcada hacia el exterior en la que nos conducimos tomando decisiones ante posibilidades, eligiendo “si” hacer esto o “no” hacerlo y en último término en nuestra muerte carnal, devolviéndonos la unidad en Dios. Es Jesucristo el que le da la vuelta al guante y nos devuelve nuestra naturaleza original en la que somos recipientes de la divinidad. El proceso de perfección Cristiana, que es la única perfección posible y que es el sentido de la vida, es que todo nuestro ser vuelva a ser en Dios. Este es el estado al que se aproximan los contemplativos, que ya están volcados hacia adentro y en comunión con Dios aunque no total.

Toda la realidad exterior nos recuerda nuestro actual estado caído, el desequilibrio equilibrado y como todo tiende a volver al origen. Para verlo no tenemos mas que pulsar la cuerda de una guitarra o fijarnos en el aspirar – espirar de la respiración .


De la muerte

La muerte carnal no es sino el reflejo en el exterior de la posibilidad de nuestra ausencia por habernos afirmado frente a Dios negándole en consecuencia. Es solo un reflejo de nuestro interior. Por esto Jesucristo dijo de Lázaro: no está muerto, sino que duerme.

Por esto Jesucristo insistió en que no temiésemos a los que nos pueden dar muerte carnal, sino al pecado, que es el que nos aleja de Dios, la vida y nos mata de verdad.

Se distinguen así dos tipos de muerte:

La carnal, que es el reflejo de la muerte, en nuestra interioridad, de aquel “yo” que afirmamos frente a Dios, negándole en consecuencia y que provocó nuestro actual estado de realidad dividida en “si” y “no” y nuestra ceguera espiritual.

La espiritual, que es la verdadera muerte y que se acrecienta mediante el uso “egoísta”, es decir, mediante el uso que ahonda en la actitud de afirmarnos frente a Dios, negándole en consecuencia, de los dones que Dios nos da (tiempo, palabra, acciones, pensamientos…todo absolutamente son dones de Dios) y que sana mediante la participación en la obra redentora de Jesucristo mediante la fe. Todos los pecados provienen del egocentrismo. De ese falso yo que afirmamos frente a Dios. Este es el núcleo del que procede todo lo demás y es esto lo que realmente nos aparta de Dios. No podemos liberarnos del egocentrismo por nosotros mismos. Solo a través de la obra redentora de Jesucristo podemos volver a entrar en comunión con Dios. Entonces Dios, mediante dolorosas purificaciones desarraigará en nosotros toda planta que no haya sido plantada por Él (el falso yo y sus consecuencias) y volveremos a ser en Dios.

Nuestro estado actual se asemeja a una cuerda vibrando donde esa cuerda quieta es la vida en Dios. La vibración hace que la cuerda suba lo mismo que baja (“si”, “no”) y esta perturbación nos impide contemplar a Dios y vivir en el.

Jesucristo mata la muerte. A ese “yo” que afirmamos frente a Dios, negándole y produciéndose la escisión de nuestra realidad y nuestro actual estado de conciencia hacia fuera y dividido en “si” y “no”.

la perfección cristiana es, a la luz de Jesucristo morir a nosotros mismos, esto es , a nuestro “ego” y vivir en Dios. Esto solo es posible mediante la acción de Dios. Por nuestras fuerzas es imposible porque tiene que haber algo más fuerte que me doblegue, porque yo no soy más fuerte que yo y vivo en ese yo y viviendo desde dentro de ese yo no puedo liberarme de ese yo. Ha de ser algo externo lo que me libere, y ese algo externo es Jesucristo, que refiriéndose a esto dijo: “Cuando sea levantado de la tierra los atraeré a todos hacia mí” Juan 12:32.

A la muerte ego se refiere Jesucristo en las siguientes parábolas: “Entonces estarán dos en el campo: uno será tomado y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino: una será tomada y la otra será dejada. (Mateo 24:40-41). Este ego es el hombre de perdición a que se refiere San Pablo en (2 tesalonicenses 2:3) independientemente de que también se refiera a un hijo de perdición en carne y hueso que, al igual que el que cada uno de nosotros llevamos dentro, se revela y opone y hasta se sienta en el trono de Dios (que somos nosotros) si fuese así pienso que sería el mal encarnado cuya influencia es la que se manifiesta en nosotros como el mencionado “ego” de manera análoga a como Jesucristo se hizo carne y es su influencia la que nos libra de ese “ego”. A este “ego” se refiere también Jesucristo cuando dice: “toda planta que no plantó mi padre celestial será desarraigada” (Mateo 15:13). También se refiere a ella en la parábola en la que dice que el enemigo vino por la noche y sembró cizaña.

De esta manera Jesucristo nos ponía de manifiesto como a través de su luz moriremos a nosotros mismos y , una vez vaciados de nosotros mismos seremos el trono de Dios. Es decir la máxima perfección Cristiana consiste en estar vacíos de nosotros mismos para que el padre , que es lo único bueno, sea en nosotros, nosotros seamos en el, y seamos uno.

Actualmente se confunde el cumplir la ley de Dios con ser bueno. Rotundamente no. somos malos porque el padre es el único que es bueno y nosotros hemos nacido y prosperado en pecado, es decir separados del padre. Podemos cumplir la ley a la perfección y debemos hacerlo porque es lo que Dios nos ha pedido pero eso no significa que seamos buenos. Debemos tener cuidado con esto porque muchas de las obras de caridad que se hacen están ensuciadas porque en realidad es nuestro “ego”, que es “orgullo”, que trata de no desaparecer, que es lo que debe pasar para acoger a Dios, tratando de mostrarse bueno a los ojos de Dios. Porque todo árbol malo da mal fruto y todo árbol bueno da buen fruto y Dios es lo único bueno, toda “buena” obra que hagamos no será buena porque procederá del “ego-orgullo” . Hasta que no seamos en Dios y Dios sea en nosotros no podremos hacer obras buenas, lo que haremos será tratar de quitar la paja del ojo ajeno teniendo la viga en el nuestro. Cuando muramos a nosotros mismos, al “ego”, habremos quitado la viga de nuestros ojos y Dios será en nosotros y nosotros en Dios y entonces Dios hará en nosotros las obras verdaderamente buenas porque los malos arboles no pueden dar buen fruto y solo Dios es bueno. Dios es absoluto , el Padre de las luces en quien no hay viento de mudanza ni sombra de variación. Como nosotros no estamos en comunión con Dios, nosotros somos infinitamente malos.

Solo cuando mediante la fe hallamos sido reconciliados con Dios por medio de Jesucristo y tras haber sufrido las numerosas purificaciones que no son otra cosa que la muerte de nosotros mismos, seamos semejantes a un recipiente completamente transparente alumbrado por el Padre, contendremos la luz del Padre y seremos , como era antes del pecado original, trono de Dios y participaremos de su gloria. No seremos buenos, porque no somos nada pero Dios, que es lo que es bueno, el que es, será en nosotros y nosotros seremos en el.

No debemos confundir lo que yo llamo la muerte de nosotros mismos y el estado de conciencia actual con los padecimientos psicóticos como la esquizofrenia. Pienso que, siguiendo con la analogía, en estos padecimientos lo que sucede es que el recipiente mismo se desintegra. Quizás no sea que el recipiente se rompa sino que esa es la sensación que tiene el enfermo. Pienso que en la perfección uno es perfectamente consciente de si mismo como recipiente contenedor de la luz divina y que el sentimiento que reina en el es el de unidad y no el de desintegración propio de este tipo de patologías. De todas maneras pienso que en los procesos de purificación a los que debe enfrentarse un alma si que pueden darse sensaciones similares a las que experimenta un psicótico y pienso que la terrible angustia que siente ese alma (con trastornos psicóticos) si que puede ser provechosa para dar el salto de fe necesario y pedirle al creador de los recipientes desde esa angustia. desde lo profundo de nuestro ser y no con vanas repeticiones y sin corazón. Porque el creador de todo tiene poder y misericordia (o mejor dicho, el es el poder y la misericordia) para rehacer los recipientes quebrados y estos recipientes habrán renacido de la sangre de Cristo y tendrán parte con el y en el en la verdad, que es el y tendrán potestad de disfrutrar de la unidad en el Padre al ser participes de la obra redentora de Jesucristo. Pedid y pedid y no os canséis de pedir porque sois escuchados y al que pide se le dará.

Lo que nos libera no es la ley ni su cumplimiento, es Jesucristo.

Es difícil mostrarnos a Dios tal y como somos y a menudo tratamos de forzarnos ocultándole y ocultándonos las tendencias de las que más nos avergonzamos y tratando de mostrarle nuestro “lado bueno”. Pues bien, este “lado bueno” es tan malo como el “lado malo” a los ojos de Dios porque ninguno de ellos son el y tanto el “lado malo” como el “lado bueno” deben desaparecer. De esta manera opino que muchos actos como la ascesis exagerada o algunas obras de caridad pueden ser en realidad actos de orgullo encubierto. Opino que debemos procurar la igualdad y que todos tengan lo básico para desarrollarse como individuos pero que siempre debemos estar alerta e impedir que el hecho de que hacer obras justas no nos haga mejores nos impida hacerlas e impedir también que el hecho de hacer obras justas nos haga pensar que esas obras nos hacen buenos.

¿No se parece acaso ese lado bueno del que se hace gala en la iglesia, ese “amor” humano que consideramos bueno al “amor” que llevó a Pedro a pedirle a Jesucristo que en ninguna manera muriese por la humanidad en la cruz y por el cual Jesucristo le contestó: apártate satanás, me eres tropiezo porque tienes la mira en las cosas mundanas y no en las celestiales Mateo 16:23? Muy distinto es el amor humano del amor divino. Jesucristo dijo antes de morir: un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. (Juan 13:34). ¿por qué dice nuevo? Porque este amor no es el mismo que el de la antigua ley en el que se dice que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Dice que nos amemos como Él nos ha amado, es decir, con el amor de Dios. El amor de Dios no es el amor humano y mientras que no muramos a nosotros mismos Dios no morará en nosotros y no podremos cumplir este mandamiento. Creo que no debemos tratar de prosperar en el camino espiritual por nosotros mismos. Creo que debemos rezar y no cansarnos de pedir ayuda a nuestro rey y señor Jesucristo, porque solos no podemos nada puesto que nosotros no somos mas fuertes que nosotros mismos

Pidamos que toda la humanidad vuelva a ser en el Padre celestial por mediación de Jesucristo, porque este es el sentido de la vida y el fin de todo sufrimiento.




Este texto nació antes de mi conversión aunque en un lenguaje no religioso y en muy diferente forma. Fue reescrito al principio de mi conversión y, recientemente, sus reflexiones desembocaron en la entrada la canción de las canciones.

El espejo del alma



Podemos comparar el alma del hombre con un espejo. En su estado natural, ese espejo esta ennegrecido y no puede captar ni reflejar a Dios. En este estado, el pensamiento conceptual y su manera de etiquetar la realidad mediante el lenguaje, forman un falso suelo sobre el que nos apoyamos que nos impide percibir la presencia de Dios, distorsiona la realidad que advertimos a través de los sentidos y nos hace percibirnos como entes separados de todo lo demás. Dividimos la realidad en conceptos y nos identificamos con el permanente discurso mental que forma una especie de nube que impide que la presencia de Dios nos ilumine. El amor de Dios es inmutable, y su presencia aquí y ahora mas real que cualquiera de los fenómenos que percibimos a través de los sentidos, pero no podemos percibirlo. teniendo ojos no vemos y teniendo oídos no oímos. Marcos 8:18. Nuestro espejo está manchado por la caída, no puede reflejar a Dios, e incapaces de vivenciarnos como esa nada capaz de recibir y reflejar al todo, nos identificamos con la suciedad que recubre nuestro espejo.

Es el Espíritu Santo el que debe limpiar la suciedad de nuestra alma. A medida que se va efectuando la purificación vamos siendo cada vez mas capaces de percibir la presencia de Dios. Frases Verdaderas como «Dios es bueno» que antes nos sonaban a clichés vacíos adquieren una nueva dimensión porque vivenciamos experiencialmente su verdad y una profunda y serena alegría inunda nuestro interior y nos colma de paz. Nos maravillamos y alegramos profundamente de que Dios sea y por primera vez nos alegramos de existir y captamos un atisbo de la verdadera felicidad. El mundo va perdiendo su carácter hostil y amenazante y comenzamos a experimentar la realidad exterior como amiga en un comienzo de transfiguración. AL sentir el amor de Dios nos sentimos reconciliados con nosotros mismos, con todos y con todo lo demás. «Si Dios es con nosotros, quien contra nosotros?» Romanos 8:31. El simple recuerdo de que Cristo es, que antes no nos decía nada, despierta una profunda alegría y elevamos a Él nuestro corazón como un niño que se abandona en las manos de su Padre. Los mecanismos de defensa que nuestra personalidad había desarrollado ante el sufrimiento y la hostilidad se van deshaciendo, nos hacemos mas sencillos y empezamos a vivenciar el verdadero significado de la infancia espiritual. La profunda Paz de Cristo reverbera en nuestro cuerpo disolviendo los bloqueos y purificando las puertas de la percepción haciendo que la realidad se transfigure introduciéndonos en el paraíso perdido por la caída y la realidad exterior se muestra con una nueva nitidez, grandeza, hermosura y majestuosidad y la contemplamos maravillados y llenos de asombro.

Que el espíritu de Cristo reine en nuestros corazones y nos guie a la Paz profunda de su santa presencia; lo único que ES.


El Amor de Dios



Hay dos tipos de amor; el amor natural y el amor espiritual.

El amor natural procede de nuestra naturaleza terrenal y, como tal, está influido por el temor, el apego y el egoísmo. Es un amor interesado que se fundamenta en la felicidad o bienestar que obtenemos de lo que se ama. Puede ser seguridad, una imagen mas atractiva de nosotros mismos fundamentada en los valores del mundo o alguna otra causa lo que lo motive. Es un amor posesivo, que implica el deseo de poseer aquello a lo que se dirige y el temor de perderlo. Cierto es que este amor natural puede adoptar formas mas puras, desinteresadas y libres de egoísmo por ejemplo en el amor de los padres a sus hijos o en el fenómeno del enamoramiento en el cual el objeto de nuestro amor se convierte en una reminiscencia de nuestra morada eterna, Dios.

El amor entre el hombre y la mujer es la imagen terrenal del amor espiritual entre Cristo Dios y el alma; y las distintas realidades que forman parte de una relación conyugal son imágenes terrenales de realidades espirituales análogas. Así, el beso es la expresión exterior de la unión de los corazones por el amor que se profesan que es imagen terrenal de la unión entre Cristo Dios y el alma en la eternidad por el amor Espiritual del Espíritu Santo del que hablaremos a continuación y los hijos son la imagen terrenal de nuestra naturaleza celestial, del Hijo de Dios que somos que estamos llamados a descubrir en la unión con Cristo y del mismo Cristo que es uno con él (ver entrada la gran señal en el cielo). Aquí se deja ver el fundamento teológico de la familia.

El amor espiritual es de otra naturaleza. Es el amor que procede del Espíritu Santo de Cristo en nosotros y que nos permite amar a Cristo Jesús nuestro Dios como Jesús en su humanidad amó a Dios, su Padre y amar al prójimo con amor divino y desinteresado que nace de Dios. Esta llama de amor, el Espíritu Santo, es lo que simbolizaba el fuego del altar que siempre debía estar encendido y que tenía que consumir los sacrificios en el antiguo pacto. Es esta llama Santa la que deberá ir creciendo en nosotros, consumiendo todo lo contrario a su naturaleza, y procurándonos la unión con Cristo nuestro Dios. Llegará el momento en que tomaremos conciencia de que este amor que sentíamos por Dios y el Dios a quien se dirigía ese amor son una misma cosa y esa llama nos habrá consumido de tal forma que seamos una sola cosa con ella. Habremos desaparecido en el amor, el ser de Dios y habremos encontrado la perla preciosa, nuestro Nuevo Nombre y nuestra verdadera identidad de Hijos de Dios de la que los hijos terrenales son imagen. A propósito de esto podemos leer un hermoso texto de Bernardino de Laredo en las notas abajo.

Este amor espiritual es un amor a nivel ontológico distinto de lo sentimental o lo emocional. Se trata del mismo ser de Dios, la Paz que reposa en si misma eternamente. Al principio del camino, el Espíritu Santo suele despertar emociones y sentimientos piadosos hacia Cristo Dios que en si son buenos porque nos ayudan a desapegarnos de lo terrenal y encaminarnos hacia Él pero esos buenos sentimientos no son el fin de la vida Cristiana. llega el momento en que Cristo nos vacía de esos sentimientos y hace que nuestra relación con el pase al plano del Ser. A propósito de esto Franz Jalics indica en uno de los útiles diálogos que nos ofrece en su libro ejercicios de contemplación: «Quieres alcanzar a Dios. El anhelo de Dios es otra cosa. Se puede sentir de vez en cuando, pero es muy quieto y distendido. Generalmente no se siente, sino que se reconoce por sus efectos. Por ejemplo, si tienes dificultades con la meditación y, pese a ello, puedes seguir practicándola, sabes que te impulsa el anhelo de Dios. El ansia de Dios no es un sentimiento, y con frecuencia debe pasar por un periodo en que no se reconoce. Es preciso que pasemos del plano en que nos apoyemos en los sentimientos al plano del ser. Esto solo puede darse si nos son quitados los sentimientos y, no obstante, seguimos actuando por la fuerza de dicho anhelo.»

Un error en el que ha caído el catolicismo moderno (con excepciones) y otros movimientos cristianos consiste en identificar lo espiritual con el plano terrenal de los sentimientos en lugar de con el plano ontológico. Así podemos ver un cristianismo que busca despertar sentimientos piadosos mediante músicas sentimentales o palabras sentidas en lugar de fomentar un clima de silencio que favorezca la oración de recogimiento confundiendo el amor a Dios Espiritual fruto del Espíritu Santo con determinados sentimientos y emociones terrenales en el alma. El amor con el que los Cristianos estamos llamados a amar a Dios y al prójimo no es el amor terreno sentimental sino el mismo Dios amando en nosotros o reflejando en nosotros, como en un espejo, el amor que el mismo nos tiene a nosotros y a nuestros prójimos. En la medida en que nos acerquemos a Él seremos capaces de amarle y de amar al prójimo pues Él es el mismo amor y alejados de Él no podemos amar con el verdadero amor al que somos llamados los Cristianos, esto es, con Dios mismo.


Notas:

Bernardino de Laredo – Subida del Monte Sion «Entiendo que el amor suyo en su Dios es como una gota de agua infundida en un desmedido mar. Item, cresciendo más este amor por la mayor desnudez de todo cuanto no es Dios y por más disposición del ánima enamorada, la dignación divina recibe este amor, que en nuestras ánimas cría y ayunta nuestro amor criado en su amor infinito, llámase amor unitivo, porque ya está unido a Dios por la divina clemencia.

Es de notar que cada vez que nombramos este nombre, amor, mostramos virtud unitiva, que hace juntamiento del que ama y del que es amado y hace uno de los dos con verdadero atamiento de gracia ; mas entended que esta unión o este atamiento, tanto es más propio y más verdadero cuanto el amor se ha acrescentado en el ánima según las cuatro diferencias que de amar quedan mostradas. Donde es de notar que el ánima que desea infundirse y transformarse en el abismo y infinito amor increado es menester ser trasmudada en amor y que este amor vaya al centro donde salió, es a saber, a su Dios; por manera que sea la ánima como una piedra preciosa tan redonda, que no tenga entrada ni salida, la cual sea puesta en un relicario no menos ancho que altísimo, como otra vez se apuntó, donde la piedra se queda en relicario, sin que se pueda hacer caso de su cantidad. La piedra es nuestro amor criado. El relicario es el amor infinito. Ahora, aquesta pedrecita no se pierde de su ser, pero, por comparación del relicario en el cual está infundida, no queda que pensar de ella, sino en sólo el relicario que la rescibió y la tiene. Y puesto que son impropias aquestas comparaciones, nos abren algo los ojos para poder entender los menos ejercitados lo que tienen entendido los que se dan a quieta contemplación.

Mas aun para declarar este infundirse el ánima en el amor, podráse sentir así como se apuntó en el amor esencial. El amor que tiene esa ánima es una gota pequeña rescebida del abismo de las aguas de nuestro infinito amor.

De manera que está la facilidad de la contemplación quieta en amar sin condición y en infundirse nuestro amor en el infinito ; quiere decir, que el amado así se pierde de sí, que no queda nada de él por la infinidad del amor en quien hace su infusión. Y por esto dice el Herp «que el espíritu en este espacio cesa de vivir a sí mismo, porque todo vive a Dios». Hase, empero, de notar que aun nos pueden algún tanto aclarar más este venirnos al amor de nuestro Dios si vemos algún ejemplo que nos muestre la manera de transformarnos en él, así como hemos tomado la manera de infundirnos. Y así, podemos decir que el amor de nuestro Dios infunde en sí nuestras ánimas como el sol en el cristal, que lo esclaresce y penetra y se muestra dentro en él ; y nos transforma en su amor, como muda el hierro en fuego. Y se muestra su grandeza sobre nuestra poquedad como un espejo muy grande ante otro espejo chequito. Y si tomáis un espejo tan pequeño que no sea mayor que un real y lo metéis en una vasija de agua y lo ponéis hacia el sol, veréis en aquella partecica del espejo encerrada y recogida toda la rueda del sol, mayor que toda la tierra. Entenderéis por aquí que el sol vivo de Justicia, que es Cristo nuestro Señor con su infinita grandeza o en su esencia divina, se recoge y se encierra en lo interior del espejo de vuestra ánima aun estando sumergido en las aguas de esta nuestra honduosa vida.»

Y el fuego encendido sobre el altar no se apagará, sino que el sacerdote pondrá en él leña cada mañana, y acomodará el holocausto sobre él, y quemará sobre él las grosuras de los sacrificios de paz. El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará. Levítico 6:12-13

El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. 1 Juan 4:8

Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. Mateo 22:36-40